Hueso de mis huesos

«Te vas, porque yo quiero que te vayas. A la hora que yo quiera, te detengo. Yo sé que mi cariño te hace falta, porque quieras o no, yo soy tu dueño». Y todos los hombres decimos: “¿amén?”. ¡Ah, no! Perdón, no es una canción cristiana. Seguramente nadie aquí ha escuchado esta emblemática canción de José Alfredo Jiménez en voz de Luis Miguel, que legitima la posesión del hombre sobre la mujer… ¿O sí? Bueno, bueno. Iniciemos con un ejemplo más visual.

Sale a escena una mujer vestida con minifalda, tacones, un top corto que muestra su abdomen, una peluca rubia y con basto maquillaje en su rostro. Al verla, la audiencia asume que es una prostituta, y esa idea se refuerza con el paso de los minutos. Después, aparece un hombre elegante, vestido con traje, con un portafolios, pulcramente arreglado y peinado. Todos asumen que es un importante hombre de negocios. Ambos se conocen y, con el tiempo, se enamoran. Él se convierte en un proveedor para ella, mientras que la mujer va cambiando conforme el hombre “invierte” en ella. Una escena de la clásica película Mujer bonita (1990).

¿Cómo vamos hasta aquí? ¿Ubicamos las referencias? Bueno, ahora hablemos de algo más bíblico, y de cómo interpretamos esos textos. En Génesis 3, leemos a una serpiente (la cual, siempre asumimos como Satanás y la perdición del hombre), lista y dispuesta para tentar a la mujer, quien cae y come del fruto prohibido, “haciendo” caer al hombre. Al menos, esa es la interpretación más común. Posterior a esto, y después de confrontarlos, Dios les muestra las consecuencias de sus acciones, condenando al hombre al trabajo arduo y a la mujer con los dolores de parto y la sujeción al hombre. Y ahora sí, los hombres decimos: ¿Amén? Bueno, deberíamos revisar algunas cosas.

Pero, ¿qué pasó antes? ¿Cómo perdió, el ser humano, su condición delante de Dios? ¿Cómo distorsionaron ellos, hombre y mujer, el vínculo que existía entre ambos? ¿Acaso no eran uno mismo? ¿Cómo debía ser?

Desde el punto de vista histórico, cultural, político, social y hasta económico, el ser humano se ha regido por los juegos de poder, otorgando las posiciones altas de mando a quien se imponga ante los otros. Se ha apropiado de culturas, territorios e incluso de cuerpos, para demostrar su poderío y tomar posesión del mundo y sus recursos, utilizando a los “débiles” como instrumento. Se adueñó del entorno.

El hombre (género), se ha asumido como el más fuerte desde lo físico, ha sometido a la mujer, y olvidó la condición que tenían desde un principio: “esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Génesis 2:23). Esta declaración tiene que ver con la unidad e integración de la pareja, pero la hemos distorsionado al grado de decir, como José Alfredo: «yo soy tu dueño».

Humanidad, hombre y mujer

Cuando Dios dice: «No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2:18), el vocablo utilizado es adam, cuya traducción más acercada es ser humano, incluyendo a hombre y mujer. Su travesía posterior por encontrarle una ayuda idónea, lo lleva a explorar la vida en todas sus formas, hasta encontrar su respuesta en ese mismo adam. Por eso hace caer a la humanidad en un sueño profundo, la toma por la mitad (las costillas) y da forma a Issha, que se ha traducido como mujer, varona e incluso hembra, en algunas versiones.

Cuando la otra mitad despierta, descubre que no es el mismo, pues ahora hay otro ser a quien identifica como Issha, y ahora se nombra a sí mismo como ha´adam, es decir, el hombre tomado del adam. La humanidad ahora se asume como hombre y mujer, pero ambos tomados del mismo barro, y divididos a la mitad de aquello formado, en su origen, por Dios.

Regresándonos un poco en la historia, en el versículo 17 de Génesis 2, el Señor le ordenó al adam, no comer del fruto de aquel árbol del conocimiento. Para el capítulo 3, cuando la serpiente lleva la tentación a la mujer, le recuerda: “¿es verdad que Dios les dijo que no comieran de ningún árbol del jardín?” (Génesis 3:1, NVI). Así, se reconoce la presencia de la mujer en el momento de la prohibición; por lo tanto, adam siempre fue constituido por hombre y mujer. 

Es por ese motivo que Dios, al no encontrar ayuda idónea, vuelve a la misma humanidad, porque ya los había creado idóneos. Los constituye ahora en dos seres, que deben comportarse en unidad e integridad. Pero nunca dueños el uno del otro.

Eran tan independientes, que la serpiente los encuentra a cada quien por su cuenta; pero eran tan unidos, como para compartir todo el uno con el otro, aún la tentación. De hecho, si nos damos cuenta, ambos fueron formados al mismo tiempo, cuando Dios dividió a la humanidad. Incluso, la mujer surge antes de que el varón despierte. Esa integridad, ese vínculo es el verdadero sentido del ser humano, que encuentra su ayuda perfecta en la diversidad. Tan distintos como puedan ser el hombre y la mujer, siguen siendo uno, en Dios.

Hasta este punto, no se habla de sumisión, de cargas, de apropiación ni de castigos. La humanidad convive de forma igualitaria, siendo hombre o mujer, sin roles establecidos, ni culpas o vergüenzas. Es cuando caen en la tentación y rompen su vínculo, culpándose uno al otro, cuando las diferencias los separan.

Sin dueños ni proveedores

Lo relatado al final del capítulo 3, en cuanto a las consecuencias, nos explica cómo y por qué nos hemos complicado tanto la vida. Claro, la mujer es capaz de parir los hijos, pero ¿por qué lo seguimos viendo como una carga o maldición? A partir de aquí pensamos que el hombre debe partirse el cuerpo por trabajar, pero ¿y si no es una carga que deba llevar solo?

Como el hombre tiene la fuerza y es el que lleva el sustento al hogar, puede adueñarse de la mujer, de su cuerpo y de sus decisiones. Eso hemos asumido, lo reconozcamos o no. Pregúntenle a la canción de José Alfredo: «quieras o no, yo soy tu dueño». También, como él es el que paga, tiene el poder para decidir cómo luce o viste la mujer; si no, miren a Mujer bonita, y la forma en que él la domina a través del dinero. Quizás lo hemos normalizado, y vivimos las relaciones de pareja desde el poder. También puede suceder al revés, pero el común denominador es el dominio de uno sobre otro.

Muchos hombres, al casarse, asumen que la mujer debe servirles mientras él trabaja, aludiendo a este “castigo” extraído del Génesis. Pero si hacemos una relectura del texto, desde esta igualdad de condiciones donde Issha y ha´adam comparten su vida como Adam, podríamos sugerir una responsabilidad compartida en la tentación, y una “culpa” repartida en el relato final. 

Imaginen esto: El hombre, asumido como Adán (el hombre tomado de la humanidad), y la mujer convertida en Eva (madre de todo ser viviente), toman su responsabilidad al ser expulsados del Edén. Él se convierte en el proveedor y ella en la cuidadora del hogar, pero cuando es justo, se acompañan el uno al otro. Conforme avanza su historia, dejan de ver al trabajo y lo doméstico como una carga y ahora lo comparten todo en su camino como humanidad. Dejan de repartir culpas y ahora viven el uno con el otro. Han vuelto a ser una humanidad completa, perfecta e íntegra.

En la actualidad, seguimos reproduciendo modelos de matrimonio que lastiman y denigran a uno de los dos. Queremos que uno pague por las culpas y nos llenamos de pleitos absurdos: quién gana más dinero, por qué no está la comida, quién se encarga de los hijos, quién no tapó la pasta de dientes o por qué siempre deja la puerta abierta. Todavía estamos viendo “quién es dueño de quien”. “Te vas cuando a mí me dé la gana, no aguantas nada”. -Eso lo dice un hombre a su esposa, después de haberla golpeado-.

No, queridos hermanos, eso no es ser “hueso de mis huesos”. No significa que ella esté a mi disposición. Significa que somos la misma unidad, pero ahora desde dos puntos diferentes.

Independencia, en la integridad

Dios dividió al Adam porque no era suficiente convivir con el resto de seres, no para que tuviera alguien más a quien dominar. Los hizo dos personas distintas, para que en esa identificación pudieran generar un vínculo inquebrantable, uniendo su creatividad, inteligencia y compasión. Para que compartieran esa creación que Él les había regalado. No había nada más idóneo, que unirse a voluntad.

Pero también los dividió para que cada quien viviera sus propias experiencias. Para que, desde dos perspectivas distintas de la vida, aprendieran a ser completos. Era necesario forjar, cada quien, un camino distinto que, al final, se uniera en un perfecto orden; ese orden, es la decisión. La voluntad de unirse por amor, y no por obligación ni por posesión. Los separó, para que aprendieran a unirse, de corazón.

Issha y ha´adam son nuestros antepasados. Los seres que Dios separó con el fin de mostrar una humanidad llena de cualidades, que puede ser capaz de destruirse y destruir lo que les rodea; pero también tiene la enorme capacidad de regenerarse, abrazarse y unirse como una sola carne.

No más dueños de nada. No más proveedores condicionantes. La vida en el Edén se resumía en compartir, explorar y amar. Ese es el estado más puro de la humanidad. No sé si logremos regresar a él, y no creo que sea el objetivo. Pero sí podemos mirar a un lado, y volver al inicio. Cuando éramos dos, pero en unidad. 

Referencias:

Nueva Versión Internacional.

Reina Valera Contemporánea

El género en lo cotidiano. RIBLA 37, 2000/3.

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