El amor de Dios es inmenso, inagotable e incondicional, y nos espera con los brazos abiertos para sanar, para enjugar toda lágrima y refugiarnos en él, en nuestros momentos de mayor debilidad. Nosotros tenemos la enorme bendición de conocer y abrazarnos de ese amor, sin embargo, gran parte de la sociedad no; por lo que vive sin ese refugio fiel. De ahí, resulta importante y fundamental que como hijos de Dios tengamos el valor de transmitirlo a la sociedad y a las personas con quienes nos relacionamos cotidianamente.
Nosotros, los seres humanos, formamos parte de la bella creación de Dios, y tal creación solo puede completarse cuando la creatura reconoce a su Creador, por tanto, resulta determinante que nosotros, quienes ya conocemos al dador de vida y fuente inagotable de amor y misericordia, podamos compartirlo con aquellos que nos rodean. El tiempo cada vez es menos, pero suficiente para platicar de las maravillas de Dios. Debemos tener bien claro el propósito que Dios tiene para nosotros, para que así podamos desarrollar y cumplir su voluntad.
¿Cómo se puede distinguir un verdadero hijo de Dios?
Hoy en día hay muchos que profesan ser cristianos, pero en la práctica, no hacen la voluntad de Dios y le son fieles de corazón. En la Palabra de nuestro Dios encontramos: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16). Seguramente has escuchado muchas veces decir que debemos ser sal o luz de la tierra, aquello que alumbra al desamparado, que da consuelo al abatido, que conserva el amor y la misericordia, pero ¿realmente lo hacemos?
¿Cómo podemos ser una luz de esperanza en la vida de los demás?
Primero, haciendo una diferencia en nuestra forma de vivir, es decir, entregarle nuestro corazón, nuestros pensamientos y nuestro ser a Dios, convertir a la oración, el ayuno y la lectura de la Biblia en algo esencial para nuestra vida, con ello, dar un buen testimonio en la forma de actuar, de comportarnos, de hablar, de vestir, al momento de socializar o divertirnos, en el trato a nuestros padres, a los ancianos, a las plantas y los animales.
Cuando le entregamos nuestro corazón a Dios, podemos actuar y ver con amor, con tolerancia y respeto a todo ser vivo. También comprendemos que toda creación es valiosa; y para que otros puedan notar las maravillas de Dios, tenemos que mostrarnos diferentes, reflejar con nuestra vida, palabras y acciones algo que es capaz de liberar, de traer esperanza, de dar vida, marcar una diferencia sobre lo que el amor puro puede lograr. Y eso únicamente se puede alcanzar cuando como jóvenes nos comprometemos, verdaderamente, a cuidar nuestra manera de vivir. Así que, un primer aspecto para poder ser luz es comprometernos con Dios, ayudar a que otros se acerquen a Él solo por el hecho de que vean nuestras acciones, que son diferentes y que son buenas.
Chavos, a aquel que teme a Dios todo le resulta para bien, los tiempos y los propósitos de Dios son perfectos. En ocasiones, como jóvenes podemos escuchar que ser cristianos es limitarse en la vida, no divertirse tanto y negar cosas que el mundo ofrece como normales, como lo puede ser el alcohol, el sexo, vicios, fiestas desmedidas y demás. La edad por la que atravesamos es complicada y participar de todas esas cosas en ocasiones se ve muy atractivo, pero la verdad es que, puedo asegurarte que, nada de eso vale la pena cuando se compara con la felicidad que puedes encontrar cuando te refugias en Dios y te comprometes con Él. Resulta complicado en ocasiones resistirse a la fiesta y la diversión que los amigos en la escuela o el trabajo de continuo ofrecen, pero recuerda: si amas a Dios, todo te saldrá bien, y los “beneficios” temporales que ofrece la juventud de este mundo no son para nada comparables con la dicha que podrás encontrar con el Padre.
Recuerda que, con lo que alimentas tu espíritu, será lo que la gente verá en ti. ¿Deseas que vean a una persona más o a una que refleja confianza y esperanza? Cuando le dices “sí” a Dios, te das cuenta de que Él lo es todo, que te abraza en tiempos de soledad, te conforta en medio del dolor y, en los problemas más complicados, Él permanece a tu lado y se queda ahí hasta que la situación difícil termina, te ayuda a tomar decisiones de vida y te guía a encontrar amigos e incluso una pareja, que ayudarán en tu crecimiento personal y espiritual.
Cuando hemos decidido aceptar a Dios, viene una oportunidad única y muy importante, lo cual es compartir de Él a la sociedad, no importa si en ocasiones llegan a llamarte anticuado por tus valores cristianos, tú esfuérzate y no te avergüences nunca en compartir del Padre, no sabes cuándo alguien necesitará las palabras que tienes por decir, recuerda: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).
Tal vez al inicio te resulte algo complicado, pero recuerda que todo el poder del Espíritu se encuentra contigo, por lo que te invito a que te animes a hablar de Dios a tus amistades, a la gente con la que convives, a tu familia, a personas que llegues a ver en la calle, o bien, que utilices tus redes sociales para transmitir un texto bíblico, alabanzas o cosas que lleven la presencia de Dios a la humanidad.
Al estar en la presencia de Dios, el débil se hace fuerte y las cosas cambian. Busquemos a Dios aunque el mundo nos diga que no hace falta, aunque no tengas un buen día o te encuentres sin ánimo, aunque estés cansado, aunque las circunstancias te desanimen o no estén a tu favor; porque si permites que el desánimo te venza, tu espíritu se puede enfriar, por lo que se llenará de soledad y se generará un enorme vacío en tu interior, mismo que intentarás cubrir con aquello que el mundo ofrece, pero en algún punto te darás cuenta que la verdadera felicidad únicamente se puede encontrar en Dios. Lo que el mundo ofrece son dosis de dopamina pasajeras y momentáneas que al momento te hacen feliz, pero después te dejan una sensación de mayor vacío. No dejes que tu espíritu deje de brillar bajo ninguna circunstancia, eres elegido por Dios.
Un posible ejemplo de lo anterior lo encontramos en Saulo de Tarso, quien, por la misericordia y amor de Dios, pasó de ser un perseguidor de cristianos al mayor evangelista de la iglesia primitiva, convirtiéndose en Pablo y predicando el Evangelio a través de la gran bondad que Dios tubo para él. ¡Qué gran ejemplo!, ¿no te parece? Realmente podemos automotivarnos y vivir una vida digna ante Dios, arrepentirnos si hemos cometido equivocaciones y compartir del amor del Padre sin importar tu pasado, tu edad, tus recursos o cualquier cosa que etiqueta la sociedad, así que anímate, no pierdas más el tiempo. Realicemos un pacto y cambiemos el rumbo de nuestra historia.
Sin importar las circunstancias que sucedan en tu vida, no te rindas, el ser cristiano es solo para valientes y tú hoy estás aquí. Dios te ha elegido y tiene reservado para ti un enorme propósito, lo único que debes hacer es aceptar el reto de servirle y ocupar tu juventud como medio para bendecir a otros contigo. Extiende tu mano al Padre. Él está ansioso con su mano ya extendida para sujetarte fuertemente y nunca dejarte ir, además de prepararte para una vida llena de propósito.