¡Tendencia! Esa es la palabra del momento. No han pasado más de dos semanas (quizás para cuando leas esto, parecerá una noticia vieja) de que Elon Musk, dueño de Tesla y el hombre con mayor fortuna del mundo, compró Twitter por la cuantiosa cantidad de 44 mil millones de dólares. Y, bajo la premisa de que no es un lugar de libre expresión, soltó algunos tuits semejantes a: “Twitter es libre ahora” o “la comedia ahora es legal”.
El sudafricano se comprometió a mejorar la red social que acababa de adquirir. ¿Qué fue lo que hizo? Despidos masivos, cambios en las reglas de la verificación de perfiles, desbanear cuentas de personajes influyentes como Jordán Peterson o Donald Trump. ¿El resultado de tales acciones? Una amplia incertidumbre de lo que podría pasar con la red social. Tanto así, que en los pocos días fue tendencia la mención #RIPTwitter ante amenazas, de los ingenieros despedidos, de sabotear la empresa después de su despido. Insisto, todo ello en menos de dos semanas.
Twitter es la red que busca tomar un tema, explotarlo al máximo y cambiar la conversación en un mismo día. Efímero, esa es la otra palabra. Cada tendencia, tema de conversación, moda, ideología, se vuelve cada vez más efímera. Y pareciera que, para poder encajar en esa dinámica, hay que estar al día en absolutamente todos los ámbitos, para poder tener alguna opinión de un tema en particular y después no volver a hablar del asunto. Así como hoy se habla de Musk, mañana quedará en el olvido hasta que pase algo relevante con él, y eso aplica en todo tipo de temas, sociales, políticos, económicos, religiosos y demás.
Hace poco me llamaron para orar por una adolescente de mi congregación. Se encontraba atravesando por una crisis de ansiedad severa. Se golpeaba repetidas veces contra la cabeza, se enterraba las uñas en los brazos y no paraba de llorar. Después de pedir a Dios por ella y recomendarle que acudiera a un especialista, le pregunté qué era lo que estaba sintiendo. Desconsolada me decía; ¿sabe lo que se siente ser humillada? Y, aunque asentí con la cabeza, le recordé que muy probablemente no de la misma manera que ella. Así que tuvo la confianza de decirme: “Siempre he querido encajar en mi grupo de amigas. Intento vestirme igual que ellas, hablar de las cosas que a ellas les gustan, y cada día siento que estoy dejando de hacer lo que a mí me gusta con tal de imitarlas; el problema empeora cuando ellas se burlan de alguien que es diferente, y siento como cada una de esas palabras van dirigidas también a mí. Cuando se burlan de alguien por su aspecto físico, por sus recursos, por su forma de ser, me duele no defender a esos chicos, con tal de permanecer en ese grupo. Siento que no soy yo”.
No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo
Pablo, después de exhibir la condición humana incapaz de ser restaurada por sí misma y mostrar a Jesús como la esperanza viva de una nueva humanidad, le recuerda al grupo de creyentes en Roma, que todo esto es posible por medio de la comunidad. Pero no es algo que ocurra en el vacío, sino se muestra en un claro presente y se proyecta de forma inequívoca hacia el futuro.
Para Pablo, el Evangelio ha traído consigo una nueva realidad, un nuevo tiempo, que contrasta por completo con la realidad vivida por los que le están leyendo. Y, mira, le está hablando a la capital del imperio más grande de ese periodo, cuya esperanza de vida era corta, los hombres vivían 40 años, mientras que las mujeres apenas 30, ya que los riesgos de parto eran altísimos. Apenas el 1% de la población sabía leer y en menor cantidad escribir, lo que llevaba en gran medida a los comerciantes y recaudadores de impuestos a aprovecharse de los más vulnerables.
De un lado del río Tíber en la gran ciudad de Roma, vivía la clase acomodada, repleta de lujos y todos los servicios disponibles. Incluso en esos lugares, había mesas exclusivas para hombres y en otro lugar se colocaban las mujeres. En el otro lado, se encontraban los suburbios, donde esclavos y miles de familias enteras dormían en el suelo de las calles. Para la elite romana trabajar era de mal gusto, pero el salario de los campesinos no alcanzaba para familias conformadas por cuatro miembros, por lo que los niños eran obligados a trabajar. Muchos de esos niños terminaban en burdeles donde hombres y mujeres eran obligados a ser prostituidos, y cuando llegaba el momento de morir, indigentes y pobres eran botados, sin contemplación, a las fosas comunes, pasando inmediatamente al olvido.
Ese es el mundo al cual Pablo les invita a no amoldarse; uno basado en el abuso, la humillación, un mundo que se aprovecha de la diferencia para generar desigualdad y donde el ser humano no tiene valor alguno. Por eso le resulta inconcebible volver a él, ahora que el Evangelio ha revelado una gran verdad: ¡Jesús ha venido a devolvernos la dignidad perdida! Y ese grupo, compuesto en su gran mayoría por esclavos, es donde el Maestro ha tomado a bien formar esa comunidad. Una comunidad basada en el amor, la fraternidad y el valor de una vida que vence a la muerte. La comunidad cristiana, es ese lugar donde el amo y el esclavo, la mujer y el hombre, el judío y el pagano, se pueden sentar juntos, mirarse a los ojos y llamarse hermanos, el lugar en el que se hacen iguales. Ese es el gran sentido de comunión, el lugar de encuentro donde aquellos que son diferentes, pueden convivir.
Nuestro tiempo, aunque diferente en términos, no es tan distinto a aquel que tuvieron que enfrentar los primeros cristianos en Roma. A través de las redes sociales y al abrirnos paso a toda la diversidad de opiniones, no podemos hacer más que darnos cuenta de que vivimos en un mundo que exalta el individualismo y cuyas tendencias se evaporan para dar paso a otras. Donde los reclamos sociales son cada vez más intensos, donde la voz de la mujer sigue siendo acallada, donde el abuso infantil y sexual pareciera ser la norma de vida. Sin embargo, en medio de ese mundo tan caótico, el mensaje del Evangelio es nuevo en cuanto a su aparición en nuestra vida, pero contrario a lo que estamos acostumbrados, es una realidad que permanece y no quiere irse.
Más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar
Al recordar las palabras de aquella adolescente, no puedo más que cuestionarme: ¿Cuántas veces sacrificamos nuestra integridad e identidad, por querer amoldarnos a un mundo que no hace más que lastimarnos? ¿Cuántas veces, como creyentes, no hacemos exactamente lo mismo con otros, cuando la invitación de Jesús es extenderle la mano al diferente y a aquel que no tiene un lugar? La invitación del apóstol nos mueve a cambiar nuestra manera de pensar, de imaginar la vida y dirigirla de tal forma que seamos personas nuevas.
Quizá eso haga falta en nuestro grupo de jóvenes, que rompa las bases rígidas y se convierta en una verdadera fraternidad que extienda un abrazo para apreciar al otro. Quizá necesitamos menos listas de reproducción y un poco más de comprensión y compasión. No sé tú, pero al imaginar a aquellas personas que descubrieron por primera vez las palabras que el Nazareno tenía para ellos, me rompo en lágrimas al imaginar que, aunque tenían cadenas en las manos, ellos eran libres del corazón. Veían en el otro alguien en quien confiar, con quien sentarse a partir el pan y decirle en los momentos difíciles: No temas, ¡Jesús ha resucitado! Ese es el significado de comunión, de comunidad. ¿No es acaso lo mismo que Dios quiere hacer en ti?
Entonces aprenderán a conocer la voluntad de Dios para ustedes
Tengo muchos lugares favoritos, pero quiero invitarte a dos de ellos. El primero, es una terraza desde donde puedo contemplar mi linda ciudad natal. Cada que puedo, suelo ir ahí a disfrutar una taza de café o simplemente a tomar algunas fotografías y reunirme a conversar con mis amigos. El reino de Dios es así, un bello lugar de encuentro, donde muchas veces te tocará sentarte con aquel con quien quizá no estás de acuerdo. Pero sabes, aquí es diferente, en este lugar no hay tratos preferenciales, pues todos somos bienvenidos para estar junto al Maestro. Tampoco se te trata de acuerdo a tus recursos económicos, sino con base en el gran amor que Dios tiene por ti; y créeme, es inmenso.
El otro lugar del cual quiero hablarte, es la casa de mi abuela. Allá, en una pequeña colina, en calles de terracería y muros sin acabar. Aun cuando no tiene un solo lujo, el olor a café tostado y la tortilla en el fogón no se hace esperar. Es en ese hogar, con su sencillez, donde mi Jesús decidió reposar. Lejos de las expectativas de este mundo, lejos de los anhelos de este tiempo, lejos de la mentalidad de esta época, ese lugar me enseñó que en la comunidad del Maestro puedes ser auténtico, sin ocultar quién eres, porque ahí el buen Carpintero extiende su mesa, donde todos cabemos y todos nos podemos sentar.
“Y eso, es bueno, agradable y perfecto”.