«Me leyeron tantos versículos bíblicos cuando pequé,
que se olvidaron de abrazarme».
Hace poco leí la frase anterior en una red social, se dice que la misma formaba parte de una nota compartida por un joven antes de suicidarse. La frase me conmovió mucho por dos razones: porque imaginé el enorme y profundo dolor que debió sentir la madre de este joven; y por los comentarios que se vertían en la publicación de dicho mensaje; pues muchos jóvenes expresaron sentirse identificados con estas palabras, por el poco o nulo interés y acercamiento que sus iglesias les brindaron cuando cometieron algún pecado.
El resultado de dicha publicación (además de hacerse viral) fue poner en evidencia la conducta adoptada por un amplio sector del cristianismo, para quienes resulta más apropiado señalar y estigmatizar a quienes no encuadran dentro del molde cultural que se ha gestado en las iglesias. Estas actitudes se sustentan en un celo moral que en muchas ocasiones resulta en comportamientos que demuestran inmadurez espiritual y poca tolerancia hacia el prójimo.
Quienes tenemos una vida eclesial de años, conocemos un gran número de situaciones similares a la referida, en las cuales como iglesia hemos pasado por alto el amor y la aceptación del prójimo. No se trata de caer en el otro extremo y ser indiferentes, sino reconocer que todos somos objeto de la gracia de Dios, sea cual fuere nuestra condición.
En el camino de la fe no estamos exentos de caer, reza una frase: “Equivocarse es de humanos” lo cual es cierto, pero también lo es que el pecado nos daña, se apodera de nuestras vidas e incluso nos esclaviza y devasta. Pero el peor daño que causa es que nos aleja de Dios; no de su amor, pero sí de la bendición que se disfruta viviendo en su voluntad.
La realidad de las iglesias del Nuevo Testamento no era tan distinta a la de nuestras comunidades; creyentes que habían aceptado seguir el camino de Jesús y que, recibido el Espíritu Santo, también experimentaban la realidad del pecado con todas sus consecuencias. ¿Qué debía hacer la iglesia? ¿Serían indiferentes ante estas situaciones? ¿Cómo debería mostrarse en el terreno de la vida eclesial la vitalidad del Evangelio, en el cual se presenta a Dios como un Padre amoroso y perdonador?
Como miembros del cuerpo de Cristo, el sufrimiento de aquellos hermanos nuestros debe hacernos reflexionar respecto a mirar al prójimo como Dios lo hace, con el amor de un Padre anhelando el regreso de su hijo arrepentido.
La Biblia provee pautas para la restauración
El apóstol Pablo aconseja en la carta a los Gálatas: Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado (6:1, RV60).
El capítulo 6 de esta carta forma parte de lo que se conoce como las exhortaciones generales (5:25-6:6) En ellas, a la manera de proverbios populares (un género literario muy común en aquella época) el escritor bíblico nos permite conocer un poco sobre la situación de las comunidades eclesiales de Galacia.
Cuando Pablo dice: “vosotros que sois espirituales”, habla a cristianos maduros y asume que todos los seguidores de Jesús están en la misma línea. La empatía y misericordia son elementos imprescindibles para poder corregir a aquel que ha sido encontrado en algún pecado.
Para quienes deseamos reflejar al Espíritu del Señor en nuestra vida, debemos ser guiados por el deseo y compromiso de ayudar a nuestro prójimo por amor, esto caracteriza un estado verdaderamente espiritual, solo así responderemos a la encomienda que se nos ha dado.
Cuán importante es también sabernos pecadores y reconocer que solo la gracia del Señor nos ha traído hacia un camino en el que es necesario dejar de lado las pretensiones, el juicio y la arrogancia. Cuando esto sucede somos capaces de soportar las cargas de los demás, viéndonos como iguales y dispuestos cumplir con la ley de Cristo (Gálatas 6:2) la cual está basada en el amor para llevar a cabo la corrección fraterna.
Toda corrección tiene como propósito la restauración
El apóstol Pablo aborda en este pasaje el tema de la restauración. La palabra “restaurar” proviene de la palabra griega καταρτίζετε (katartizó) una palabra utilizada en el Nuevo Testamento y que se usaba para indicar: la reparación de redes de pesca, el restablecimiento de la armonía entre grupos que estaban en conflicto e incluso al restablecimiento de un hueso roto.
En este contexto, los responsables de la restauración son aquellos maduros en la fe; la implicación es que esta tarea no debe ser emprendida por los inmaduros sino por aquellos que son “espirituales», es decir, creyentes que caminan por el Espíritu y manifiestan su fruto (Gálatas 5:16). Estos creyentes con rasgos de carácter cristiano producidos por el Espíritu Santo alientan a los cristianos inmaduros para vivir conforme a las enseñanzas de la Palabra: En cambio, los que tienen el Espíritu de Dios todo lo examinan y todo lo entienden. Pero los que no tienen el Espíritu, no pueden examinar ni entender a quienes lo tienen (1 Corintios 2:15, TLA).
El proceso de restauración debe hacerse con πραΰτητος (prautētos) que significa misericordia y con la conciencia de ser advertidos, ya que nadie es inmune a caer en el pecado: Por eso, que nadie se sienta seguro de que no va a pecar, pues puede ser el primero en hacerlo (1 Corintios 10:12, TLA).
La restauración es una demostración de amor
Cuando un creyente se encuentra devastado por el pecado necesita ser abordado con humildad, mansedumbre y misericordia por otros creyentes. Uno de los principios del acompañamiento pastoral es que, al ayudar a alguien para restaurar su relación con el Señor Jesucristo, el consejero debe caminar a su lado, pero no llevar las cargas por él, como diciéndole: puedo ayudarte, pero no puedo hacer esto por ti.
Al amar a esta persona que necesita que compartas su carga estás honrando a Cristo. Estás demostrando amor hacia él y por lo tanto, obedeciendo su ley: Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros (Juan 13:34-35, RV60).
Acompañamiento de la comunidad de fe
Aquellos que no están guiados por el Espíritu Santo tienden a jactarse comparándose con el creyente caído. Esto nos permite ver el contraste en la actitud de un cristiano maduro y aquel que es inmaduro; mientras que el primero reconoce sus debilidades, el cristiano inmaduro no tiene empacho en mostrarse arrogante y superior a los demás. La madurez espiritual en un cristiano no permite exponer los fracasos o debilidades de otro creyente.
Restaurarnos unos a otros es ayudarnos a experimentar la libertad de un pecado en nuestra vida. Es importante enfatizar que esto es tarea de toda la comunidad de creyentes, porque cuando lo hacemos estamos demostrando que hemos atendido al llamado que el Señor nos ha hecho.
Ayudar a nuestro prójimo a volver al camino correcto requiere del apoyo de personas con mentalidad espiritual, que tengan el anhelo no solo de orar por el caído y preocuparse por él, sino de levantarlo y acompañarlo, tal como lo han experimentado.
Conclusión
Existen muchas personas dentro y fuera de las iglesias, que se encuentran afectadas por el poder del pecado. El pueblo de Dios no puede ni debe ser indiferente a esta realidad que afecta al ser humano en lo individual, familiar y social. Creemos que el evangelio es la realidad que el mundo necesita para ser restaurado.
Como pecadores que hemos recibido la gracia de Dios y su perdón, sabemos reconocer a un creyente doblegado por el pecado y sabemos que necesita de otros creyentes que lo aborden con misericordia de Dios.
En lugar y antes de juzgar a los demás, debemos dar un paso atrás y examinar nuestra propia condición, para valorar qué tanto estamos siguiendo el ejemplo de Cristo (1 Corintios 11:31; 2 Corintios 13:5).
El mensaje de gracia nos libera del egoísmo para soportar las cargas de los demás. Ser iglesia también significa estar dispuestos a escuchar, ser gentiles, amorosos y permitir que el Espíritu nos guíe en la restauración. Así hagamos con el pecador, que así se haga con nosotros cuando pequemos.
Bibliografía:
• Senén Vidal, Las cartas originales de Pablo, Trotta, Madrid, 1996
• Raymond E. Brown, Joseph A. Fitzmyer y Roland E. Murphy, Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo, Verbo Divino. Navarra, 2004.
• Francisco Lacueva, Nuevo Testamento Interlineal Griego Español, Clie, Barcelona, 1984.