Buenas nuevas para los marginados

Marginar es una de las señales de falta de amor y cuidado por el diferente, especialmente a quien no cuenta con elementos que le permitan abrirse paso por la vida. La marginación deja fuera de las posibilidades de desarrollo pleno a quien se considera que no reúne los conceptos de persona. Del otro lado del muro se encuentran quienes no cumplen con estándares suficientes económica, saludable, física y mentalmente, según el círculo privilegiado. 

Jesús, en su ministerio, se encontró con distintas formas de segregación estructural; los grupos de la época estigmatizaban a individuos con el fin de anular su dignidad, alejándolos de la vida pública. La realidad de la marginación ha sido un tema social viejo, nadie es libre del error de apuntar con el dedo agudo del desprecio a nuestros semejantes. Discriminar nace de la falta de tolerancia por la presencia del otro; al diferente se le coloca detrás de una barrera física o ideológica para no verle. La intolerancia escala hasta la humillación y siempre corre el riesgo de terminar en violencia.

Marginar involucra al fenómeno de la discriminación, término que representa la satisfacción de saberse favorecidos por alguna cualidad en la categoría humana. Los beneficios de “los más aptos” se convierten en privi-legios (latín: privis: privado; legum: ley o legislación); es decir, se establece una ley o tradición que protege mi posición ante los demás. Para que el privilegio sea mayormente valorado, se establece una configuración estructural por medio de un tipo de graduación de la dignidad humana del grupo social, allí unos son aceptados y otros no.

Discriminar involucra también a la desvalorización de las personas, incluso al nivel que ocupan los animales u objetos de uso, dejándolas en una segunda categoría. La falta de respeto hacia la dignidad humana inicia por la “despersonalización”; instrumento que sirve para anestesiar la conciencia, alejándose de la culpa por degradar el valor de un individuo al que luego se puede lastimar sin tentarse el corazón. Sí, porque al ubicar al otro afuera del rango humano, se roba su personalidad, deja de ser persona completa, entonces se le puede humillar, utilizar indignamente, esclavizar, violentar e incluso asesinar sin remordimiento. En la historia universal se documentan casos de exterminio masivo por xenofobia, que es el rechazo al extranjero, al migrante, al que no es de nuestra raza, sin importar que haya vivido por varias generaciones entre los que son de la nación; pasó con Israel en Egipto y sigue sucediendo en países desarrollados.

Pero, ¿cómo es que pueblos civilizados y temerosos de Dios tomen ese camino?, ¿cómo es que naciones islámicas o judías, incluso naciones eminentemente cristianas, teniendo la más completa y fiel revelación de Jesucristo, hayan caído en las tenazas de marginar a sus hermanos? Ocurre porque son procesos largos de señalamientos, de descargar culpas en las fragilidades humanas, los defectos físicos, o la enfermedad, que por ser de tan largo tiempo se ha normalizado. Adormecemos la consciencia y hacemos a un lado el sentimiento de culpa para no parecer indolentes, cuando validamos la despersonalización de manera sutil, a fuerza de repetir señalamientos durante largo tiempo.

La sociedad filtra a las personas por sus parámetros ampliamente aceptados, separa por género, edad, raza, color de piel, complexión física, capacidad económica entre otros; quienes no poseen los rasgos aprobados colectivamente son despojados de personalidad, si esto se realiza sistemáticamente en una escala de tiempo de gran alcance, las víctimas de la marginación pierden su capacidad para defenderse. Un ejemplo de lo anterior son las sociedades islámicas fundamentalistas, donde a las mujeres se les despoja de su rostro por medio de vestimentas que las cubren de pies a cabeza, con el fin de ocultarlo. El rostro humano es el signo elemental de la personalidad de cualquier individuo, nos da un valor único; al ocultar el rostro de una mujer desaparece su identidad humana.

Este ejemplo sirve para dimensionar a la marginación estructural que ocurre en las naciones, no sucede a nivel individual sino colectivo, no es a la tal mujer a la que se le oculta, sino al género femenino. A la mujer se invisibiliza y al ocultarla se borran de la mente colectiva también sus derechos. La gravedad de la deshumanización que resulta de la marginación bien la podríamos llamar como un “efecto subontológico”. Se trata de la disminución o desaparición de la esencia humana, que barre con los derechos de decisión de un grupo débil o minoritario del resto. Marginar, entonces, es un fenómeno estructural de la sociedad, sucede en el terreno macrosocial. Sin embargo, no es un tema del otro lado del mundo; nuestro país, eminentemente cristiano vive momentos de degradación ontológica y marginación señalando a las comunidades indígenas, mujeres que venden su cuerpo, niños de la calle, indigentes que viven en las calles, ancianos olvidados de los hijos como personas de segunda categoría. Según estudios de expertos en criminología, la degradación ontológica de la mujer en los participantes de feminicidios es una evidencia recurrente en los casos que pasan en México. 

¿Cómo recuperar en la sociedad la dignidad de las personas? 

En el ministerio de Jesús vemos su acercamiento a quienes no tienen rostro ni nombre: el ciego del camino hijo de Timeo –Bar-Timeo– (Mateo 20:29-34; Lucas 18:35-43); la mujer adúltera a quien llevan delante de Jesús (Juan 8:3-10); la mujer con flujo de sangre (Marcos 5:25-34; Lucas 8:43-48); la mujer samaritana (Juan 4:5-42). Rostros y nombres olvidados colectivamente, fueron recuperados por Jesús, colocándolos frente a sus hermanos, siendo escuchados delante de las improvisadas asambleas en torno al milagro, pues más allá del evento maravilloso de recuperar la salud perdida, su dignidad es restituida delante de sus hermanos. 

Jesús es reconocido por sus preferencias, es el que se rodea de pecadores, publicanos, endemoniados, leprosos y samaritanos, su misión era clara: “he venido a rescatar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). De modo que a los marginados se les regresa la oportunidad de ser integrados al camino de una vida abundante; son vistos con amor por alguien que venía del mundo donde fueron rechazados, con la encomienda de reintegrarlos a la familia de Dios. 

Jesús salta el muro que divide a los indeseables; en medio de ellos, los más lejanos de las promesas, inicia su proyecto de amor. “Preferente” no significa “excluyente”, los que se creen dignos también viven perdidos en sus prejuicios y en su falta de amor, solo que estos no lo saben. El evangelio que predica Jesús precisa ser universal, su alcance es toda criatura y su trascendencia debe ser probada rescatando a los que han sido desechados.

Jesús es el padre de los marginados, nace y muere como uno de ellos, en un pesebre (Lucas 2:7) y fuera de los muros (Hebreos 13:12). En el caso de su muerte, es como un sedicioso, una persona non grata (locución latina utilizada para personas indeseables por un gobierno o institución). En su ministerio no tuvo una propiedad donde descansar ni recostar su cabeza (Mateo 8:20). La validación de su mesianismo se basa en la eliminación del estigma social que ha provocado la marginación de los hijos de nadie (Mateo 11:2-6).

Para el rescate de los marginados no es necesario convertirse en uno más, pero Jesús lo hizo, porque mientras que los marginados lo eran por condiciones que no podían controlar, como su estado de salud o su indigencia, Jesús se despoja voluntariamente de las categorías que hacían que un hombre fuese aceptado en la sociedad judía de su tiempo. Se convierte en un personaje incómodo que brinca el muro en ambas direcciones: para rescatar y para reintegrar al rescatado; pero también impulsa a los que son recuperados a brincar la barrera, al pedirles que la crucen y se presenten ante las autoridades para dar muestra de su rehabilitación (Lucas 5:14), con ello estarían a un paso de reintegrarse como hermanos.

El mensaje de Jesús es claro y visible, su intención es manifestarse abiertamente para proveernos de un ejemplo posible de imitar. Contrario al dicho popular sobre personajes célebres, “se rompió el molde”, aludiendo a que no habrá alguien que haga lo que estos han logrado, Jesús, a cada paso de libertad, deja sus huellas para que los discípulos pasemos por allí nuevamente.

En qué lugar se encuentran los marginados de nuestro tiempo; qué tipo de muros hemos levantado entre “nosotros” y “ellos”; qué bienes hemos alejado para que no tengan vida plena. Los efectos de vivir del otro lado del muro de la indiferencia son: pobreza, desnutrición, migración, captación del crimen organizado, mortalidad infantil, falta de oportunidades, quienes allí habitan son también objeto de políticos y empresarios sin escrúpulos que brincan el muro para usarlos a sus conveniencias. Nuestro cristianismo, por el contrario, debe estar “colado” en el molde del ministerio de Jesucristo; sus preferidos deben ser los nuestros; su dolor debe dolernos también, sin sentirnos satisfechos hasta que alcancen las condiciones a las que tenemos acceso. Conocer a Jesús significa saber cómo piensa, pero también cómo siente y qué tanto somos capaces de despojarnos de lo nuestro.

Cristianismo no es solo la exigencia de una marca ética en el estilo de vida personal, es ser capaces de vivir y morir por lo que Cristo creyó necesario; beber y comer sus ideales, que es el símbolo al estar a la mesa del Señor, su sangre y su carne son sus preocupaciones, pero también sus acciones que son una respuesta ante el dolor del mundo. Mateo lo resume bien en su evangelio: Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo (Mateo 4:23).

Los creyentes podemos transformar las estructuras que marginan por otras que traigan vida, gozo y paz. Alguien dijo, «ama a los pobres, y sabrás que hacer con ellos». Tenemos ante nuestros ojos la necesidad más evidente de abrir un futuro entre los marginados; sabemos que existen, sabemos dónde se encuentran, sabemos además el doloroso futuro que les espera si su realidad no cambia, Jesús también lo sabía y Jesús los sigue viendo. Abre tus ojos, extiéndeles tus manos, salta el muro, rescata al que está a punto de perderse, conviértete en Jesús para los demás.

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