Los seres humanos, la sociedad y la educación han sufrido diferentes cambios a través del tiempo. A pesar de que la Iglesia también ha sido afectada por dichos cambios, las enseñanzas de Jesús han permanecido vigentes para generar el sano crecimiento de sus miembros y la adecuada instrucción por medio de su Palabra. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (2 Timoteo 3:16-17).
Dios entrega dones y capacita a sus hijos para la edificación del cuerpo de Cristo. La instrucción es un don especial que se manifiesta por la gracia de Dios, para fortalecer el llamado en nuestras vidas, para edificar e impulsar la fe en Jesucristo y para marcar una diferencia en la vida de quienes escuchan el mensaje, por medio del poder y la autoridad de Jesús. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo (Efesios 4:11-12).
Una maestra abre la boca con sabiduría
Nuestra responsabilidad como mujeres de este siglo es comprometernos a ser maestras de fe y de manera oportuna, hablar con la palabra adecuada para enseñar de una manera sabia y sencilla, aunque en ocasiones debemos decidir entre callar o expresar lo que pensamos, ya que podríamos edificar o herir con nuestras palabras: El que ahorra sus palabras tiene sabiduría; De espíritu prudente es el hombre entendido. Aun el necio, cuando calla, es contado por sabio; El que cierra sus labios es entendido (Proverbios 17:27-28).
Nuestro comportamiento y palabras pondrán en evidencia nuestra prudencia y sabiduría para expresar adecuadamente el mensaje que dará el crecimiento y desarrollo de la vida cristiana, en ese proceso, la doctrina y el estudio serán compañeros inseparables que impulsarán la vida de otras mujeres. Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada (Santiago 1:5).
La ley de clemencia estará en la lengua de la maestra
Para ser maestras de fe, debemos transmitir la enseñanza de manera respetuosa, con bondad y misericordia, corrigiendo y exhortando con amor, ya que si no tenemos la clemencia para enseñar podemos ser causa de tropiezo para otras mujeres. Nuestro testimonio y amor deben fortalecer la fe de nuestras hermanas; debemos cuidarnos de no arruinarla con la dureza de nuestras palabras: Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar (Mateo 18:6).
Tal vez seamos muy estrictas para exhortar, porque nos consideramos espirituales, pero nunca terminamos de aprender. Y, debiendo ser maestras, nos equivocamos y fallamos. Por eso debemos ser cuidadosas, al momento de enseñar o amonestar, de que la bondad y la comprensión de nuestras palabras edifiquen a las demás. Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido (Hebreos 5:12).
Una maestra enseña con el ejemplo
Teóricamente un maestro puede explicar muchas cosas, pero solamente puede impactar en la vida de los demás cuando respalda la teoría con su experiencia personal. La maestra de fe confía, vive con seguridad y valentía, sigue el ejemplo de Cristo en su vida cotidiana, cumple la ley de Dios como una base fundamental en su discipulado y brinda enseñanza a través de su ejemplo. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced […] (Filipenses 4:9).
Nuestro Señor Jesucristo vivió una perfecta congruencia entre sus hechos y sus palabras. Aceptar el llamado a ser maestras de fe, nos exige vivir en armonía con nuestras palabras y nuestra vida; no podemos compartir experiencias que no hayamos vivido. La mejor preparación para recibir la instrucción del Espíritu llegará cuando vivamos un testimonio de certeza y convicción genuina. Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía (Hebreos 11:1-3).
Una buena maestra influye positivamente
La influencia que ejerce una maestra de fe sobre las demás, guiará en gran parte el destino de sus vidas; tratemos de ejercer sobre ellas una influencia positiva para ser dignas representantes de Jesús, así como muchas mujeres que creyeron y confiaron en Dios, cuyas historias quedaron registradas a lo largo de las Escrituras:
• Rahab es mencionada como una mujer que tenía fe: Por la fe Rahab la ramera no pereció juntamente con los desobedientes […] (Hebreos 11:31).
• Ana estaba imposibilitada para tener hijos, pero confiaba en Dios y oró con fe por uno. Cuando Dios se lo dio, ella se lo dedicó como muestra de agradecimiento. Y Ana oró y dijo: Mi corazón se regocija en Jehová, Mi poder se exalta en Jehová; Mi boca se ensanchó sobre mis enemigos, Por cuanto me alegré en tu salvación (1 Samuel 2:1).
• La mujer cananea no era hebrea, pertenecía a una región conocida por la brujería, la magia y el abundante culto a los baales, pero su fe tuvo una actitud de humildad, y después de sentir el rechazo, se postró delante del Señor y confió; tanto que Jesús le dijo: —Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres- Y su hija fue sanada desde aquella hora (Mateo 15:21-28).
Los ejemplos de estas mujeres han ejercido una poderosa influencia en el mundo de hoy. Hicieron frente a los desafíos que la vida les presentó y se convirtieron en grandes maestras de fe. Necesitamos vivir esas experiencias y entregar nuestra confianza sin dudar a la respuesta de nuestro Señor Jesucristo y enseñar con un testimonio real, que nos lleve a postrarnos con humildad ante la voluntad de Nuestro Salvador.
El papel de una mujer de fe es importante para un adecuado funcionamiento de la Iglesia y para la enseñanza del evangelio. Incluyendo a las hermanas más jóvenes, todas tenemos la gran responsabilidad de ser maestras y comportarnos conforme lo establece la Escritura: Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada (Tito 2:3-5).
Conclusión
Hablar con sabiduría, y ser clementes con nuestras palabras, nos darán la certeza de saber que estamos haciendo una labor que producirá fruto para la eternidad. La enseñanza requiere de amor, misericordia y fidelidad, todo ello requiere esfuerzo, y estos elementos formaran a una maestra idónea, capaz y dispuesta a servir como agente transformadora de cambio, que favorezcan el desarrollo de una identidad cristiana.
Nuestro testimonio es sumamente influyente con nuestra familia y hermanas, enseñamos poco por medio de lo que decimos, un poco más por medio de lo que hacemos y todo por medio de lo que vivimos; esa es la lección más poderosa que puede enseñar una verdadera maestra de fe, y la fe verdadera proviene del estudio y la obediencia. Así que la fe viene por el oír, y el oír por la palabra de Dios (Romanos 10:17).
Bibliografía
• La Santa Biblia (2000). Corea: Sociedades Bíblicas Unidas (Versión Reina-Valera 1960).
• https://www.subiblia.com/grandes-mujeres-biblia/