Los dos cimientos

Por hna. Georgina Guzmán

Todo el que escucha mi enseñanza y la sigue es sabio, como la persona que construye su casa sobre una roca sólida. Aunque llueva a cántaros y suban las aguas de la inundación y los vientos golpeen contra esa casa, no se vendrá abajo porque está construida sobre un lecho de roca. Sin embargo, el que oye mi enseñanza y no la obedece es un necio, como la persona que construye su casa sobre la arena. Cuando vengan las lluvias y lleguen las inundaciones y los vientos golpeen contra esa casa, se derrumbará con un gran estruendo (Mateo 7:24-27, NTV).

¡Qué perfecta y magnifica es tu enseñanza, oh Dios!, con ella iluminas nuestro camino. Es la base sólida de nuestra fe y de nuestros pasos en la vida.  

En estas líneas, nuestro Maestro narra la importancia de una buena cimentación, enseñando a una multitud, que, asombrada por la autoridad y la rectitud de sus palabras, le escuchaban con atención.

La importancia de un cimiento consiste en que este es la base de una construcción. Su función es fundamental ya que recibe todo el peso de la edificación en sí y de todo lo que tiene dentro. La voz hebrea, yāsaḏ y sus compuestos significan «fijar firmemente, fundar» y, por lo tanto, se emplea tanto en forma literal como metafórica. Un buen cimiento también se determina por el terreno en donde se va a construir, si es rocoso, arcilloso o arenoso. Nuestro Señor Jesucristo, en esta narración, lo explica, aclarando que el fundamento perfecto es su enseñanza, la sabiduría que viene de Dios, la Palabra que día a día dirige y ordena nuestros pasos, entendiéndose que un buen cimiento también puede ser ese fundamento en donde se sostiene nuestra fe. Este cimiento puede ser tan fuerte e inconmovible que se convierte en una ley, que para el creyente es norma, que le detiene de hacer todo aquello que es contrario a Dios, porque esta le impulsa a honrarlo y adorarlo.

Jesucristo nuestra roca y fundamento perfecto

En una cimentación hay un inicio, cuando se coloca la piedra angular. Esta es, normalmente, una de las piedras más grandes, sólidas y mejor elaboradas, es el fundamento ya que todas las otras piedras se establecerán en referencia a ella, lo que determina su posición en toda la construcción. 

La Biblia describe a Jesús como esa piedra angular sobre la cual su iglesia está sostenida. Todo lineamiento de este pueblo santo está basado en la dirección y enseñanza que da sabiduría, que Jesucristo traza y guía a través de la Escritura. Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos (Hechos 4:11-12).

Es en circunstancias de prueba cuando realmente nos damos cuenta si nuestro cimiento es sólido, y si es Jesucristo el fundamento de nuestra vida. Aunque llueva a cántaros y suban las aguas de la inundación y los vientos golpeen contra esa casa, no se vendrá abajo porque está construida sobre un lecho de roca (v. 27).

Algunas situaciones podrán llegar a nuestra vida, en las que realmente nos sintamos derrumbarnos, en las que las fuerzas se agotan, en las que incluso clamamos y creemos que no hay respuesta, porque lo que golpea nuestro ser es un fuerte viento y las muchas lágrimas lo inundan todo. Sin embargo, mirar atrás, hacia las muchas veces que, en circunstancias semejantes, Jesucristo, nuestra roca, nos ha sostenido, sigue siendo el cimiento que impide el derrumbe, y aferrados a Él, nos permite continuar de pie. Ser adulto mayor tiene esa gran ventaja, porque nos deja mirar las muchas veces en que el gran amor de nuestro Padre nos ha levantado, experimentando sus caricias y bondad, una y otra vez, en momentos de angustia. 

Cuando edificamos bien 

Todo el que escucha mi enseñanza y la sigue es sabio (v. 24). El amor a Dios es nuestro fundamento. Cuando el soporte y piedra angular es Jesucristo, amamos su palabra. Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo (Juan 14:23-27).

Un amor total, integro, puro, que sale de lo más profundo de nuestro corazón y agradecimiento, nos revela Su grandeza, poder y majestad, nos orienta a observar la santidad en su Palabra; la cual, de manera añadida, aprendemos amar y a obedecer. Su Palabra nos sostiene, nos enseña, nos asegura un camino que lleva al reino de Dios. 

Cuando edificamos mal

La torre de Pisa, campanario de la catedral, en esa localidad de Italia, fue construida en el año de 1173, por el artista Bonanno Pisano. Es caracterizada por su inclinación, de tres metros hacia el norte, debido al subsuelo inestable y los cimientos débiles. Realizada toda en mármol de color muy blanco, con un peso de más de 14 700 toneladas, y una altura de más de 60 metros, al transcurrir de los años su inclinación fue cada vez más notable, aunque se han realizado esfuerzos por estabilizarla, en algunos periodos de su historia. Está cerrada al público debido a la posibilidad de derrumbe. Fue construida casi en doscientos años, sin embargo, en ese lapso no fue advertida la inestabilidad del suelo ni la debilidad de los cimientos aun cuando comenzó a inclinarse en las primeras fases de su construcción. Y el resultado no se ha dejado esperar. 

Para algunos, así como esa torre, su vida parece estar tan inclinada al vacío y sin paz; que resulta muy conveniente mirar cómo está nuestro cimiento. ¡Qué triste es mirar que llega la tormenta a nuestra vida, y lo destruye todo!, que la falta de amor a Dios, a nuestros seres queridos, lo frágil de las relaciones familiares, pero sobre todo la escasa o nula relación con Dios, aniquilan en un momento, una crisis familiar, una enfermedad, un endeudamiento, alguna adicción, el alcoholismo, un embarazo no deseado, el abuso infantil o la violencia intrafamiliar, detonan, destruyendo a familias por completo. 

¡Cuánto más en los que habitan en casas de barro, cuyos cimientos están en el polvo, y que serán quebrantados por la polilla! (Job 4:19).

Cuando no hay cimiento, cuando no hay nada que sostenga, cuando se ha construido sin base firme, sobre la nada, las consecuencias no tardan en llegar.

Sin embargo, el que oye mi enseñanza y no la obedece es un necio, como la persona que construye su casa sobre la arena. Cuando vengan las lluvias y lleguen las inundaciones y los vientos golpeen contra esa casa, se derrumbará con un gran estruendo (Mateo 4:24-27). Hoy día, somos invitados por la Palabra de Dios a mirar cual es nuestro cimiento, cual es la piedra angular que hemos puesto como fundamento. Para que no solo nos sostenga a nosotros, sino también a toda la familia. 

En el capítulo uno de Job se narra que él lloró desesperado porque la casa de su hijo mayor cayó y se derrumbó tras un fuerte viento, matando a todos sus hijos. Observando con detenimiento la Escritura veo cómo este varón cuidaba y procuraba la santificación de sus hijos, intentaba poner un fundamento espiritual para su vida: Y acontecía que habiendo pasado en turno los días del convite, Job enviaba y los santificaba, y se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos. Porque decía Job: Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones. De esta manera hacía todos los días (Job 1:5). Un hombre que procuró un buen cimiento para sus hijos y familia, que cuando llegó el día de la prueba estaba sostenido y firme como una roca que no podía ser removida. Cuando tuvo a sus hijos a su lado, edificó y trabajó todos los días en ese fundamento. Y cuando llegó la prueba para el mismo no dudó porque estaba seguro en la roca inamovible que lo sostenía. Yo sé que mi Redentor vive, Y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí (Job 19:25-27).

¡Sostengámonos en la roca firme que es Jesucristo!

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